Vuelvo a mirar y ella se ha tapado con mis sábanas. Sé que si pudiese se arrastraría por ellas con todo su cuerpo, como una serpiente enojada, provocándome, pero sabe que tengo que trabajar y respeta eso (lo cual hace que me pierda en mi imaginación mucho más).
Quiero arrancarle ese acolchado y ver sus piernas enredadas en ese vestido negro que trae puesto desde hace 3 días.
Ya está.- me muestra que ha terminado de leer su libro. Comento sobre lo rápido que lee. Aunque en realidad, me vale verga. Quiero terminar este puto trabajo para hacer todo eso que estoy pensando y no deja que me concentre.
Cuando se agacha a guardar su libro en el cajón, le miro el escote. ¡Qué increíble! Son las mejores que he visto en mi vida.
Ella me sonríe y me pide un beso que yo le doy.
Nuestros besos nunca quedan en sólo besos. Leo sus intenciones y dejo que lleve mi mano hasta su entrepierna. La toco, se moja. No puedo distraerme, tengo que terminar este trabajo para hoy.
Vuelve a acostarse en mi cama y a taparse con mis sábanas. Saca otro libro de su bolsa, lee dos páginas y comienza a tocarse.
Ya no quiero mirarla. Tengo que trabajar.
Ella, tímida, me pregunta -¿Te molesta que me toque?
Obvio no.- le contesto sin pensar demasiado en esa pregunta que intenta llevarme a la cama.
Ella casi ni se mueve, pero su respiración me cuenta todo.
Comienza a reír y, con esa falsa inocencia, me pide ayuda. ¿Cómo negársela?
Suena mi teléfono. Es Enrique. Pinche Enrique. Tengo que bajar a devolverle unas cosas. Ella ríe.
En las escaleras, sólo pienso en su cuerpo, en sus piernas, en su escote, en todo eso que no me deja en paz.

Le doy las cosas a Enrique y subo casi corriendo.
Abro la puerta y me encuentro con ella desparramada en mi cama. Me mira y sonríe. Sus mejillas están rojas y su respiración acelerada.
Se para, ríe y me dice -Ya está-. Pasa por al lado mío, me besa y entra al baño.
Mejor, vuelvo a trabajar.