viernes, 13 de agosto de 2010

La maleta y las dos botellas // idas y vueltas.

Entonces él me pregunta qué escribiría, qué tendría para decir.
Su historia es larga, pero sólo sé una versión, su versión y el breve resumen de todo lo que no lo deja dormir.
Mañana se va.
Se va para seguir alimentando de inercia eso que vive latente, por lo menos en él.


Ella y su necesidad de atar

Cada tanto lo llama.
Se ven. Se miran.
Se acarician con palabras.
Tienen sexo en cada coma.

Ella hace un ( ) que llena del vacío que genera.
Un vacío que ata de la cabeza de él y remonta como un barrilete.

Ella sabe y se hace la idiota.
Ella lo huele y conoce ese olor.
A pesar de que cada noche, sea otro el que haga las cosas que él le haría.

Ella no teme.
Finge demencia y no contesta.
Ella no teme.

-Mmm... de la necesidad de atar hablaría.

Lo quiere como se quiere a un bello recuerdo en una repisa.


Él y la imposibilidad por miedo.

Él también sabe, pero no se hace el idiota.
Es idiota, porque sólo lo permite.
Se lo permite a él mismo y se lo permite a ella.

Y cada noche recuerda lo que fueron y piensa en lo que podrían ser.
Se traslada a una fantasía que existió y que, posiblemente, jamás exista.

Se olvida de su cuerpo, de su espacio, de esa mujer que en este mismo momento está desnuda sobre él.

Hace 8 años que no se enamora, porque hace 8 años que ya no está enamorado de ella, pero no puede verlo. Porque verlo implicaría, necesariamente, aprender a caminar otra vez y correr el riesgo de caer y tener las fuerzas para volver a levantarse. Porque volver a caminar implicaría dejar de mirar hacia atrás y desaparecerla absoluta y completamente de su realidad. Implicaría que ella deje de existir.
Borrarla
Anularla
Eliminarla
Descartarla.

Saca fotos para detener las cosas en el tiempo… aunque el mundo siga girando.

-Mmm… de la imposibilidad por miedo. De eso también hablaría.

Él la quiere como se quiere a una fea colcha, sucia y rotosa que nos ha abrigado por mucho tiempo.


La maleta y las dos botellas

Y ambos piensan en volverse a ver.
Él se acerca y quiere pero no quiere.
A ella, sinceramente, le da igual, pero jamás va a decirlo, ni a decírselo (ni a él ni a ella misma)

Él se propone no llamarla, pero sabe que uno de esos días su voluntad andará sin ganas y cederá a la desidia.
“Ni modo”, quizás hasta sirva para cerrar la historia.
(aunque ambos pensemos que, de seguro, la historia llegará a su fin si no la ve)

Por las dudas, en su maleta van dos botellas.
Una, para el reencuentro;
para ella, aunque lo más probable es que no la vea
ni la vuelva a ver,
porque seguramente, ese reencuentro jamás se realice.

La otra, para vivir ese presente que le estará gritando
hasta que por fin gire su cabeza y decida mirarlo a los ojos para hacerlo real.

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