A las 7, agarraba su bicicleta e iba a mirar a las jovencitas bailar.
Desde afuera, espiaba a las bailarinas del Instituto ubicado en la calle Guanajuato, por la gran vidriera cubierta de cortinas.
Las observaba, parado junto al frío del vidrio, por horas.
Luego, subía de nuevo a su bicileta y pedaleaba eufóricamente, sin rumbo fijo, hasta que llegara el día.
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