Hoy me levanté tarde y tuve ganas de abrir los ojos, darme vuelta todavía medio dormida y encontrarte, soñando, después de haber hecho el amor toda la noche.
Tuve ganas de levantarme y besarte despacito todo el cuerpo y morderte tu boca suavecita.
Hoy tuve ganas de un beso tuyo,
tuve ganas de que me arrebataras,
de que me aprisionaras entre mis sábanas violetas y no me dejaras salir en todo el día.
Tuve ganas de jugar con vos, con todo vos, con cada una de tus células.
Pero buen... ni modo.
Hoy no se puede.
Algún día......
Mientras tanto te pienso en mi cama y juego conmigo misma,
pensando que mis manos son las tuyas.
domingo, 15 de agosto de 2010
viernes, 13 de agosto de 2010
La maleta y las dos botellas // idas y vueltas.
Entonces él me pregunta qué escribiría, qué tendría para decir.
Su historia es larga, pero sólo sé una versión, su versión y el breve resumen de todo lo que no lo deja dormir.
Mañana se va.
Se va para seguir alimentando de inercia eso que vive latente, por lo menos en él.
Ella y su necesidad de atar
Cada tanto lo llama.
Se ven. Se miran.
Se acarician con palabras.
Tienen sexo en cada coma.
Ella hace un ( ) que llena del vacío que genera.
Un vacío que ata de la cabeza de él y remonta como un barrilete.
Ella sabe y se hace la idiota.
Ella lo huele y conoce ese olor.
A pesar de que cada noche, sea otro el que haga las cosas que él le haría.
Ella no teme.
Finge demencia y no contesta.
Ella no teme.
-Mmm... de la necesidad de atar hablaría.
Lo quiere como se quiere a un bello recuerdo en una repisa.
Él y la imposibilidad por miedo.
Él también sabe, pero no se hace el idiota.
Es idiota, porque sólo lo permite.
Se lo permite a él mismo y se lo permite a ella.
Y cada noche recuerda lo que fueron y piensa en lo que podrían ser.
Se traslada a una fantasía que existió y que, posiblemente, jamás exista.
Se olvida de su cuerpo, de su espacio, de esa mujer que en este mismo momento está desnuda sobre él.
Hace 8 años que no se enamora, porque hace 8 años que ya no está enamorado de ella, pero no puede verlo. Porque verlo implicaría, necesariamente, aprender a caminar otra vez y correr el riesgo de caer y tener las fuerzas para volver a levantarse. Porque volver a caminar implicaría dejar de mirar hacia atrás y desaparecerla absoluta y completamente de su realidad. Implicaría que ella deje de existir.
Borrarla
Anularla
Eliminarla
Descartarla.
Saca fotos para detener las cosas en el tiempo… aunque el mundo siga girando.
-Mmm… de la imposibilidad por miedo. De eso también hablaría.
Él la quiere como se quiere a una fea colcha, sucia y rotosa que nos ha abrigado por mucho tiempo.
La maleta y las dos botellas
Y ambos piensan en volverse a ver.
Él se acerca y quiere pero no quiere.
A ella, sinceramente, le da igual, pero jamás va a decirlo, ni a decírselo (ni a él ni a ella misma)
Él se propone no llamarla, pero sabe que uno de esos días su voluntad andará sin ganas y cederá a la desidia.
“Ni modo”, quizás hasta sirva para cerrar la historia.
(aunque ambos pensemos que, de seguro, la historia llegará a su fin si no la ve)
Por las dudas, en su maleta van dos botellas.
Una, para el reencuentro;
para ella, aunque lo más probable es que no la vea
ni la vuelva a ver,
porque seguramente, ese reencuentro jamás se realice.
La otra, para vivir ese presente que le estará gritando
hasta que por fin gire su cabeza y decida mirarlo a los ojos para hacerlo real.
Su historia es larga, pero sólo sé una versión, su versión y el breve resumen de todo lo que no lo deja dormir.
Mañana se va.
Se va para seguir alimentando de inercia eso que vive latente, por lo menos en él.
Ella y su necesidad de atar
Cada tanto lo llama.
Se ven. Se miran.
Se acarician con palabras.
Tienen sexo en cada coma.
Ella hace un ( ) que llena del vacío que genera.
Un vacío que ata de la cabeza de él y remonta como un barrilete.
Ella sabe y se hace la idiota.
Ella lo huele y conoce ese olor.
A pesar de que cada noche, sea otro el que haga las cosas que él le haría.
Ella no teme.
Finge demencia y no contesta.
Ella no teme.
-Mmm... de la necesidad de atar hablaría.
Lo quiere como se quiere a un bello recuerdo en una repisa.
Él y la imposibilidad por miedo.
Él también sabe, pero no se hace el idiota.
Es idiota, porque sólo lo permite.
Se lo permite a él mismo y se lo permite a ella.
Y cada noche recuerda lo que fueron y piensa en lo que podrían ser.
Se traslada a una fantasía que existió y que, posiblemente, jamás exista.
Se olvida de su cuerpo, de su espacio, de esa mujer que en este mismo momento está desnuda sobre él.
Hace 8 años que no se enamora, porque hace 8 años que ya no está enamorado de ella, pero no puede verlo. Porque verlo implicaría, necesariamente, aprender a caminar otra vez y correr el riesgo de caer y tener las fuerzas para volver a levantarse. Porque volver a caminar implicaría dejar de mirar hacia atrás y desaparecerla absoluta y completamente de su realidad. Implicaría que ella deje de existir.
Borrarla
Anularla
Eliminarla
Descartarla.
Saca fotos para detener las cosas en el tiempo… aunque el mundo siga girando.
-Mmm… de la imposibilidad por miedo. De eso también hablaría.
Él la quiere como se quiere a una fea colcha, sucia y rotosa que nos ha abrigado por mucho tiempo.
La maleta y las dos botellas
Y ambos piensan en volverse a ver.
Él se acerca y quiere pero no quiere.
A ella, sinceramente, le da igual, pero jamás va a decirlo, ni a decírselo (ni a él ni a ella misma)
Él se propone no llamarla, pero sabe que uno de esos días su voluntad andará sin ganas y cederá a la desidia.
“Ni modo”, quizás hasta sirva para cerrar la historia.
(aunque ambos pensemos que, de seguro, la historia llegará a su fin si no la ve)
Por las dudas, en su maleta van dos botellas.
Una, para el reencuentro;
para ella, aunque lo más probable es que no la vea
ni la vuelva a ver,
porque seguramente, ese reencuentro jamás se realice.
La otra, para vivir ese presente que le estará gritando
hasta que por fin gire su cabeza y decida mirarlo a los ojos para hacerlo real.
jueves, 12 de agosto de 2010
Cacería o Guerra de pintura
Ella y él pintan.
Ella quiere que él se apure. Va a lo fácil: comienza por pintarle la cara.
Él sonríe. Conoce el juego y, en su sonrisa, se nota gran agradecimiento porque haya sido ella quien comience con el juego.
Él le devuelve el pincelazo, pero no se atreve del todo. Sólo salpica su nariz.
Ella quiere pelear en serio. Busca la guerra. Trata de sacar su parte violenta. Esa parte que a ella le encanta, porque su ser, todo su ser es violencia.
Realmente, ha comenzado la cacería y él no se da cuenta que se ha puesto en el papel de una gazela que coquetea con un león.
Ella sabe que lo tiene en sus garras, que la guerra ya la tiene ganada. Él no se resiste, sólo siente miedo, pero se deja.
Eso a ella no le gusta. Quiere sentir a su presa luchar, pelear por su vida.
Aún así, termina de capturarlo y una vez que él ya está medio moribundo, juega un rato como un gato que juega con un ratón y luego, lo abandona.
Ella quiere que él se apure. Va a lo fácil: comienza por pintarle la cara.
Él sonríe. Conoce el juego y, en su sonrisa, se nota gran agradecimiento porque haya sido ella quien comience con el juego.
Él le devuelve el pincelazo, pero no se atreve del todo. Sólo salpica su nariz.
Ella quiere pelear en serio. Busca la guerra. Trata de sacar su parte violenta. Esa parte que a ella le encanta, porque su ser, todo su ser es violencia.
Realmente, ha comenzado la cacería y él no se da cuenta que se ha puesto en el papel de una gazela que coquetea con un león.
Ella sabe que lo tiene en sus garras, que la guerra ya la tiene ganada. Él no se resiste, sólo siente miedo, pero se deja.
Eso a ella no le gusta. Quiere sentir a su presa luchar, pelear por su vida.
Aún así, termina de capturarlo y una vez que él ya está medio moribundo, juega un rato como un gato que juega con un ratón y luego, lo abandona.
lunes, 9 de agosto de 2010
miércoles, 4 de agosto de 2010
el hombre de la bicicleta
A las 7, agarraba su bicicleta e iba a mirar a las jovencitas bailar.
Desde afuera, espiaba a las bailarinas del Instituto ubicado en la calle Guanajuato, por la gran vidriera cubierta de cortinas.
Las observaba, parado junto al frío del vidrio, por horas.
Luego, subía de nuevo a su bicileta y pedaleaba eufóricamente, sin rumbo fijo, hasta que llegara el día.
Desde afuera, espiaba a las bailarinas del Instituto ubicado en la calle Guanajuato, por la gran vidriera cubierta de cortinas.
Las observaba, parado junto al frío del vidrio, por horas.
Luego, subía de nuevo a su bicileta y pedaleaba eufóricamente, sin rumbo fijo, hasta que llegara el día.
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