Se termina.
Se terminó.
Soñó con la euforia y con olvidar la memoria.
Y ahí está,
el cansancio es su cuerpo.
Se desliza por el laberinto y busca el hilo que la saque. Lo encuentra y tira de él y logra salir. Desde la puerta, mira hacia adentro y sufre de anhelo por lo que todavía no se ha dejado. Lo evade, porque sabe que lo difícil no es fácil de dejar.
Y desde la puerta, salta al vacío y siente el placer de la incertidumbre pegándole en la cara. Y lo disfruta y lo goza. Y mientras cae, no grita. Desciende callada.
Liberándose de todo,
de nada,
de sí misma.
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