Después de una noche que dejó algunos restos de mí, me acuesto en el pasto y miro el cielo -entiendo por qué lo necesario de los clichés-. Pienso en la autocreación de mi propio ser y de todos los espacios/momentos que transito. Pienso en cómo abstraerme de lo que me rodea, cómo anular los sentidos y escapar flotando sin que nadie lo note. Pienso en la incapacidad de decir, en la falta de conciencia de sí, en la nulidad de mis ojos cuando nos miramos.
Me susurro todo eso que quiero decirme y juego con un palito en forma de hombre... y juego con vos.
Mis emociones se tropiezan con mis pensamientos. Soy una persona torpe.
Recuerdo que, hace años, papá me explicó lo que es la inercia basándose en la mecánica de un cinturón de seguridad. Todos deberíamos cuidarnos de la inercia. Todos deberíamos dejarnos llevar.
Y esto me devuelve a tus ojos, a esa diferencia que tanto marcamos, que tanto nos advertimos. Como si eso fuera a cambiar algo, como si mi cabeza esta vez sí fuese a ser parte de la jugada.
Pienso en si realmente soy todo eso que creo ser y en lo bien que se siente escaparse a otras realidades y no existir.
Acariciar el pasto se siente como acariciar tus pupilas.
Podría escribir una eternidad.
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