viernes, 26 de junio de 2009

El teléfono suena.



Sus ojos recorren su conciencia
y suscitan
palabras
que exorcisa cuando son escuchadas.

El teléfono suena
y suena
y suena
y suena.

Y su cabeza ya no puede ni con sus propios pensamientos
-mucho menos con los del resto-

Sus cervicales ceden.
Intenta mirar por detrás,
pero su mirada se corta con el agua.

El teléfono suena
y suena
y suena
y suena.

Y allí está.
Espera que la ciudad
-por motus propio-
se vuelva suya.

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